[Artículo publicado en las www.consumer.es, 15 de marzo de 2008, enlace directo aquí]

 

Marta Parreño

 

Es uno de los oficios más antiguos del mundo y, en pleno siglo XXI, sobrevive a las prisas y a un ritmo de vida marcado por la practicidad y la falta de imaginación. Rodeados de un aura de romanticismo, los cuentacuentos se ganan la vida explicando historias allá donde los contraten. Unos pocos pueden vivir exclusivamente de ello, mientras que la mayoría han de compaginar el oficio con otros trabajos para poder llegar a fin de mes. Formación, ilusión y trabajo son los ingredientes básicos de una profesión caracterizada por una vocación incansable.

 

Anabel Muro, Pedro Ruiz, Joaquín Ponte y Begoña Gómez forman desde 1996 el grupo “A la luz de las velas”, un colectivo de cuentacuentos que trabaja en el País Vasco pero que, puntualmente, se traslada a trabajar fuera. Dos de ellos se dedican al oficio a jornada completa, mientras que los otros dos lo hacen de forma parcial. Su salario nunca es fijo, ya que cobran en función de las sesiones realizadas y se quejan de estar “bastante desamparados” profesionalmente, porque su actividad no está recogida en ningún epígrafe específico en Hacienda.

Los cuentacuentos se buscan la vida como pueden. Algunos crean pequeñas empresas o forman parte de cooperativas de artistas y otros trabajan como autónomos. Es el caso de Pep Bruno, cuentacuentos de Guadalajara que lleva 15 años explicando historias y ocho dedicado exclusivamente a ello. “Yo vivo literalmente del cuento”, bromea. “Vivo de esto y soy autónomo desde hace cinco años. A mí sí me da para vivir, pero sé que hay muchos colegas que lo simultanean con otros trabajos”, añade. Bruno calcula que en España hay entre 50 y 70 cuentacuentos profesionales que no necesitan compaginarlo con otros trabajos. Él es uno de ellos y su actividad se expande por toda la geografía española, --sobre todo por la zona centro (Castilla la Mancha y Madrid)--, pero sus cuentos han viajado también por Europa, África e Iberoamérica.

Además de ser una afición, el del cuentacuentos es un oficio, una labor que requiere de herramientas, formación, recursos, una inversión inicial y cierta habilidad. Begoña, del colectivo A la luz de las velas, asegura que existen ciertos parámetros técnicos y expresivos que hay que trabajar de forma profesional. “Y eso requiere una formación y un reciclaje continuo en aspectos como la voz, el manejo del cuerpo, la presencia en escena o el desarrollo de un buen repertorio”, afirma.

 

Sesiones en bibliotecas, aulas de cultura y cafés

La narración oral puede desarrollarse en cualquier lugar. Bruno asegura que ha actuado en los lugares más inverosímiles –“en el antiguo foso de los monos del Retiro, en un vagón de tren en Costa Rica, en una antigua bodega palaciega en Yunquera---, pero los “clientes” principales de los cuentacuentos son las bibliotecas, las aulas de cultura, colegios, institutos, cafés y, aunque en menor medida, también los teatros. Estos espacios les contratan por sesión y la manera de hacerlo es, normalmente, a través de la página web, vía teléfono móvil o por correo electrónico. Los honorarios varían en función de la duración, que suele ser de una hora por sesión, y de la cantidad de público. El colectivo A la Luz de las Velas recomienda que el grupo no sea mayor de 50 niños o niñas en caso de público infantil, mientras que el número de oyentes adultos puede ser más amplio.

El público es tan heterogéneo como las historias que explican. Los cuentos no son solo para los niños y cada vez son más los adultos que disfrutan de las sesiones de estos trovadores modernos. Mientras las sesiones infantiles pueden ser más flexibles y abiertas, dependiendo de la edad de los niños y niñas, las que van dirigidas al público adulto suelen girar alrededor de un tema que las enmarca. “Las que más nos solicitan los adultos son las de cuentos eróticos –“Sexo Oral”—y las de cuantos de miedo –“Cuentos Oscuros”—“, afirma Begoña. Pero Caperucita, los Tres Cerditos y el Gato con Botas también caben en estas sesiones. El cliente solicita al cuentacuentos un tipo de repertorio y éste suele disponer de cuentos tradicionales, de autor, adaptaciones de libros e incluso historias escritas por ellos mismos.

Propaganda y dietas también hacen oscilar los precios, tan variados como los cuentos y el público al que se dirigen. Este colectivo vasco cobra unos 240 euros por sesión, que varían en función de diversos factores. Pep Bruno también tiene en cuenta la cantidad de kilómetros que tenga que hacer para desplazarse o las noches que tiene que pasar fuera de casa: “No te puedo decir un precio exacto porque no cobro lo mismo cuando tengo que desplazarme miles de kilómetros o cuando cuento en el pueblo de al lado”.

 

Grandes lectores y buenos escritores

“El cuentacuentos es una persona que ama las historias. Muchos son grandes lectores, algunos son buenos escritores y, en general, todos son buenos escuchadores”, afirma Bruno. Es por eso que no hay un perfil determinado de trabajador del cuento. Sí existen varias generaciones y, actualmente, un movimiento de profesionalización del sector todavía no asentado. Poco a poco surgen nuevas hornadas de narradores que vienen adaptándose a un terreno que tiene como figuras a Estrella Ortiz o Vicent Cortés, que empezaron hace 25 años, y a Félix y Pablo Albo o al mismo Pep Bruno, que se iniciaron en el mundo del cuento hace 15.

“Cada cual tiene su propia historia, y nunca mejor dicho. Somos altos, bajas, gordos, flacas, jóvenes... Hay de todo, como en botica”, dice Begoña. Por eso, una de sus reivindicaciones es  que aparezca el nombre del contador o contadora asociado a la sesión de cuentos en lugar del término genérico “cuentacuentos”, ya que cada cual tiene su propio estilo a la hora de narrar.

¿Y por qué le gusta a la gente que le cuenten cuentos? “Los cuentos han estado con nosotros desde siempre, pero hoy en día que vivimos abrumados por tantas imágenes externas, los cuentos nos abren un camino para crear nuestras propias imágenes internas. Nuestro grupo reivindica la importancia de recuperar la palabra, porque supone recuperar la voz”, dice Begoña. “Supongo que cada persona que va a escuchar lo hace por un motivo diferente. Pero lo que sí es seguro es que escuchar cuentos nos humaniza”, concluye Bruno.