[artículo publicado en www.literaturas.com oct05, en un especial de LIJ; ver el artículo en literaturas.com]

 

Pep Bruno

 

Hoy, como siempre, se cuentan cuentos a los niños. Parece ser que la oralidad es un territorio en el que la infancia se encuentra cómoda. Y no solo la infancia: la oralidad, los cuentos contados, son del gusto tanto para niños como para jóvenes, para adultos como para mayores. La oralidad va de la mano del ser humano desde que éste es ser humano. Aunque hoy sólo hablaremos de contar cuentos a niños quizás otro día habrá oportunidad de hablar de los cuentos para jóvenes y adultos.

Ya desde la barriga se puede contar y cantar al niño. El ritmo llevará ritmo: el latido del corazón de la madre acompasado con la melodía que alguien canta desde el otro lado de la piel; la respiración de una madre que sueña su hijo y canta canciones mientras acaricia su vientre. De boca a corazón. Así se tienden los puentes de la palabra: de boca a corazón, o si se prefiere, de corazón a corazón. Pero ya hablaremos más adelante sobre ese sabor a pan recién hecho de las palabras dichas.

Cuando el niño, tras nueve meses de viaje, termina por llegar, hay que seguir contando y cantando: las canciones de una madre que da de mamar a su hijo, las nanas para que se duerma, el arrullo de un padre enamorado. Todas son palabras que vienen cargadas de emoción. Para esta etapa es estupendo contar con la tradición: madres cantando a sus hijos durante siglos, generación tras generación, no han podido equivocarse. Hay cientos de cancioncitas y nanas para ellos; no hay que andar buscando lejos, basta recordar las que cantaron a los padres cuando eran niños, esas son las que más cercanas estarán a la voz de quien las canta. (Y qué importantes son aquí las abuelas para refrescar la memoria de nuestra infancia).

Van creciendo los niños, y van cantando. La música con su ritmo, su sonoridad, su curso, es el río que acaba por desembocar un mar de palabras en los niños. Poco a poco van llegando los cuentos, siempre próximos al interés de quienes escuchan. Los primeros cuentos son sencillos y cercanos. Pondré un ejemplo que todos conocerán: los cinco lobitos. Un cuento cantado y “coreografiado”: la mano baila. Ídem el cuento de los cinco dedos que preparan un huevo frito. En este momento el niño necesita cuentos cercanos a lo que está descubriendo: su cuerpo, sus manos, su cara... Y por supuesto seguir cantando y contando, hablando. A hablar se aprende escuchando. Si a un niño no se le habla no aprenderá a hablar. Si se le habla poco o mal, tendrá más dificultades. (Interesante señalar aquí que los padres son modelos para sus hijos, son los niños quienes deben hablar como los adultos, no los adultos como los niños).

Además de las historias contadas los niños pueden empezar a acercarse a los libros: hay libros de tela, de plástico, de cartón duro con esquinas redondeadas. Muchos de estos libros no tienen historia, sólo pretenden que se familiaricen con el formato libro y que lo incluyan en sus juegos. Algunos incluyen diferentes tactos, sonido, ventanitas... Los hay que tienen tramas elementales, suelen ser de cartón, cuadrados, de esquinas redondeadas. A mí, como padre, de este tipo los que mejor me han funcionado han sido los de Satoshi Kitamura (la serie de Pato está sucio, Gato tiene sueño... en Anaya), el de Lucy Cousin (¿Dónde está el osito panda de Maisy?, en Serres) y de David McKee (Los amigos de Elmer, en Anaya).

Habrá notado quien esto lea que no estoy especificando semanas, meses, años... edades. Cada madre, cada padre, cada niño, cada niña, irán llevando su ritmo en esto del apetito y gusto por los cuentos.

El niño sigue creciendo y es bueno que siga de la mano de los cuentos y los libros. No dejemos de lado las canciones y los cuentos contados. Y sobre todo no nos olvidemos de la poesía. Hay muchas recopilaciones de poesía para niños, poesía popular, tradicional, romancillos, canciones y rimas para jugar, para divertirse; canciones y rimas para compartir el momento (muchas posibilidades en distintas editoriales: SM, Anaya, La Torre, etc.).

Y los libros. Es el momento de los álbumes ilustrados, cuentos que dicen mucho con las imágenes y que tienen poco texto, historias elementales que poco a poco se van enriqueciendo. Muchos álbumes ilustrados son versiones de cuentos populares (por ejemplo el afortunado El pequeño conejo blanco, en Kalandraka, de Xosé Ballesteros y Óscar Villán; o en la misma editorila la maravillosa versión de La ratita presumida, con fotografías de las marionetas de “Rodorín” José Antonio López Parreño), aunque también hay álbumes estupendos que no son de tradición y que les ayudarán a ordenar el mundo y a seguir asimilando palabras e historias (por ejemplo, los libros de Eric Carle, La pequeña oruga glotona, El grillo silencioso, en Kókinos).

El niño ya habla, ya va transitando por caminos de palabras, titubea, balbucea, tropieza, pero entiende y se hace entender. Podemos empezar con cuentos un poco más largos y más complejos, sigo pensando en álbumes ilustrados del tipo Donde viven los monstruos, de Sendak (en Alfaguara), o Elmer, de David McKee (en Altea), o Los tres bandidos, de Ungerer (en Miñón, editorial que ya no existe, por lo que inexplicablemente este libro está inencontrable –salvo en euskera, catalán y vasco). O también podemos hablar de libros como los del maravilloso escritor Antonio Rubio (Versos vegetales, en Anaya, El murciélago Aurelio, también en Anaya). Pero no hay que dejar la oralidad.

Insisto con esto de contar cuentos por contar cuentos. Sabemos que contar cuentos es un recurso excelente para despertar el apetito por las historias, y por ende, por los libros. Pero la oralidad en sí misma tiene también valor. Somos boca y oreja, somos ojo. Somos continuo contar y escuchar. Por eso no hay que ir dejando de contar para leer. Igual que no hay que dejar de leer a los niños cuando éstos ya saben leer por sí solos. No. La lectura es un placer. La compañía es un placer. Escuchar juntos, reír juntos, estar juntos, todo eso da mucho más valor a las palabras, las carga de importancia y de corazón. No se trata de ir delegando: como ya sabe hablar, no se canta; como ya sabe leer, no se lee juntos, no se cuentan cuentos... No, no se trata de esto. Sigamos contando, cantando, leyendo... y que pasen los días, los meses, los años. Será siempre tiempo ganado.

Por eso insisto, no deleguemos en los libros, no permitamos que sólo ellos cuenten historias. Sigamos contando. Hagamos las dos cosas: contar y leer. Pero sigamos contando. Como padre simultaneo las dos propuestas: a veces leemos cuentos, álbumes ilustrados, libros sin ilustraciones (o con muy pocas) y a veces cuento cuentos (por la noche lo llamamos “cuentos a oscuras”, mis hijos se meten en la cama, apago la luz, y cuento algún cuento popular o alguna historia en la que los protagonistas son mis hijos. También cuento muchas historias cuando voy conduciendo, generalmente de algún libro que esté leyendo en ese momento, o, en este año, historias del Quijote).

En cuanto a los cuentos populares, hay que andarse con buen ojo; y es que hoy en día cualquiera modifica lo que le apetece sin tener que responder ante nadie de lo que publica, valga como ejemplo de buena edición la que en Anaya (colección Sopa de Cuentos) hay de La historia de los tres cerditos, única que he encontrado en la que los cerditos vagos reciben su merecido y el cerdito trabajador y listo consigue salir adelante a pesar de los intentos del lobo. (Como ejemplo de buena edición por no poner ejemplos de ediciones descafeinadas con cuentos estropeados, edulcorados y sin sentido).

A partir de tres años los niños pueden empezar a asistir a sesiones de cuentacuentos profesionales (cuentistas, narradores orales, cuenteros... la terminología no está clara). Un cuentacuentos enseguida se da cuenta de qué niños están acostumbrados a escuchar cuentos, dice “Había una vez...” y esos “escuchadores profesionales” abren los ojos y el alma y escuchan con hambre de historias.

Estos niños, estas niñas, acostumbrados a escuchar tienen “herramientas” bien preparadas para empezar a crecer en la escuela: capacidad de atención, facilidad para visualizar-imaginar, vocabulario extenso, interés-curiosidad... Los cuentos siempre han ayudado a los seres humanos, no dejemos de contar con estos aliados tan valiosos.

Los niños de infantil disfrutan enormemente con los cuentos. Hagamos que su ración mínima sea de uno o dos diarios. En esto, como en todo lo que importa en la vida, la constancia es viento a favor. Tengamos en cuenta que los niños de 3 años tienen una capacidad de atención que oscila entre 20 y 30 minutos, más tiempo contando cuentos podría convertir una experiencia placentera en pesada. Los niños de 4 y 5 años ya van aguantando más, fácilmente de 30 a 45 minutos. Y no nos olvidemos de los centros de interés de cada edad: ¿qué interesa a sus hijos? Organización del tiempo, colores, cuerpo, aventuras... Busque cuentos cercanos a los intereses de sus hijos y también otros cuentos que usted crea que les van a gustar. Los cuentacuentos profesionales sabemos que lo que más tiempo nos ocupa es la búsqueda y selección de buenos cuentos, de historias apropiadas para las edades a las que contamos.

En primaria los tiempos aumentan, los niños de los primeros cursos aguantan perfectamente 50 minutos de atención. Los de los últimos cursos pueden pasar incluso un poco más de esos 50 minutos. Sí, 50 minutos es el tiempo ideal.

Según van creciendo los niños se pueden ir contando más cuentos sin apoyo de ilustraciones, leyendas, aventuras, romances, mitos (siempre tan importantes los mitos), etc. Hay que seguir contando y cantando. Y leyendo juntos. Y compartir espacios para la lectura (una madre y un hijo leyendo cada uno su libro en la hora de sestear, por ejemplo). Pienso en autores maravillosos como A. Lobel (cualquiera de sus cuentos y personajes son maravillosos: Sapo y Sepo, Búho, Saltamontes...), o H. Minarik (con sus historias de Osito), o Janosch (con los entrañables tigre y oso), o Milne con su Winnie de Puh (una edición maravillosa en Valdemar que me recomendó Estrella Ortiz). Según vaya fortaleciendo los músculos de la lectura podrá acercarse a libros de más largo aliento, de mayor esfuerzo (y más grande recompensa, claro), pienso en autores como Roal Dahl, o Stevenson, L. Bojunga, M. Ende, O. Preussler, E. Lindo, Pennac, G. Moure, C. Mallorquí...

Pero, insisto, hay que seguir contando, porque no hay nada como la palabra dicha, dicha de decir, dicha de felicidad, palabra que sale del corazón y llega al corazón, de boca a oreja, de ojo a ojo. Palabras salidas de dentro que huelen a pan recién hecho. Palabras compartidas y que pertenecerán, para siempre, a la historia personal y familiar, que serán puentes y caminos, que serán eternas. Que serán dicha.

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