[publicado en El Decano de Guadalajara, junio de 2003]
Pep Bruno
Antes que nada he de decir que lo que aquí viene son breves pinceladas para orientarles a la hora de contar cuentos, si quieren entrar de veras en materia les recomiendo el libro de Estrella Ortiz, Contar con los cuentos, en editorial Palabras del Candil, imprescindible. El primer paso a la hora de contar cuentos es buscar el cuento. Esto, que parece una tontería, no lo es en absoluto. No es fácil encontrar un cuento que nos guste, con el que nos sintamos cómodos, que no nos chirríe, que piense como nosotros. Los cuentistas dedicamos gran parte de nuestro tiempo a esta búsqueda. Si encuentra un cuento pero cree que debe hacer cambios, hágalos, en el momento que lo cuente usted será el único responsable de ellos, usted verá si con esos cambios el cuento gana... o pierde. Lo importante es que usted se encuentre cómodo con el cuento. Un consejo: los cuentos que nos contaron de pequeños (con su carga afectiva y su importancia en nuestra historia vital) suelen estar más próximos a nosotros. Hay también casos de gente que escribe sus cuentos, quizás esta sea una buena oportunidad para ponerlos a prueba. Para ponerlos en boca. Cuando hayamos escogido el cuento hay que apropiarse de él. Primero leyéndolo un par de veces, en voz alta incluso, para descubrir la forma sonora del texto, para sentir qué tal nos “cae” al oído. Después hay que oralizarlo. Es decir, hay que hacer el itinerario del cuento: digamos que el cuento es un paseo, y que ese paseo lo podemos dar de muchas formas (más deprisa, más despacio, deteniéndonos más en un lugar…) pero que ese paseo, para ser tal, tendrá que pasar por unos lugares determinados: el parque, el puesto de helados, la fuente… Igual ocurre con los cuentos. En cada cuento hay un número de “lugares” por donde habremos de pasar obligatoriamente, por ejemplo en Caperucita: presentación de Caperucita y mandato de su madre, encuentro en el bosque con el lobo, el lobo se come a la abuela, Caperucita llega a casa de la abuela y el lobo está en la cama disfrazado... Cuando hayamos encontrado los puntos imprescindibles del cuento habremos trazado el itinerario, entonces debemos aprender estos puntos y en este orden. Esto es lo más importante. Mucha gente lo hace sin pensar, o le sale a fuerza de haber oído muchas veces el cuento cuando era niño. Después de aprenderse el itinerario sólo queda contar. Podemos empezar contándonoslo a nosotros mismos. Poco a poco iremos tomando confianza: nuestra voz se encontrará cómoda. Es el momento de probar con público, mejor con alguien cercano (esposo, vecino, hijo, amante, perro…). Recuerden que se trata de contar, no de actuar: lo importante es la voz. Podemos hacer pequeños gestos como apoyo de la narración, pero nada que nos despiste de la voz. Tampoco es bueno hacer voces raras o llevar disfraces… Se trata de la palabra y la mirada. Contar es abrir una ventana, mirar y contar al público lo que nosotros estamos viendo a través de esa ventana. “Ver” el cuento que se cuenta es la mejor garantía de que quien nos escucha también “ve” ese cuento. La comunicación será un éxito. Será sincera. La mirada también nos irá indicando si el público recibe con agrado el cuento, si puede usted demorarse en algunos momentos o conviene ir pasando más deprisa por otros. Fíjese, seguro que entre el público habrá “escuchadores” profesionales, gente entregada por completo a su historia, pendiente de sus ojos y sus palabras, son los aliados ideales, tiran del cuento, piden más, y ayudan en todo momento para que no nos despistemos de la narración. Según vayamos contando notaremos como el cuento se va apropiando de nosotros (recuerden que en un principio pensábamos que éramos nosotros quien elegíamos al cuento) y llegará el momento en el que el cuento se encontrará perfectamente en nuestra voz y exigirá ser, existir, salir de nuestra boca, a la primera oportunidad. Es ahora cuando debemos contarlo y contarlo, viendo cómo crece cada vez que lo contamos, y disfrutando en todo momento del placer de contarlo.
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