[Publicado en la Revista Digital www.rondasomontano.com el 1jul07]

[para ver la presentación del artículo que escribió Estela Pueyo pincha aquí]

 

Leo en El País del 25 de junio de 2007 que “el Defensor del Pueblo propone erradicar el tuteo en las aulas para acabar con la violencia escolar”. Uno no puede más que sorprenderse ante una propuesta que, en principio, parece tan simple y, acaso, tan absurda. Explica el artículo que, eliminando el tuteo, el señor Enrique Múgica pretende fomentar el respeto en las aulas. Vaya.

Llevo quince años contando cuentos por colegios e institutos de toda España (y fuera de España) y, en verdad, he percibido cambios en las aulas y en las relaciones que se establecen en ellas; cuento también con mi propia experiencia como alumno (que lo fui) y como formador ocasional (que a veces lo soy) de profesores y educadores; y vivo la escuela bien cerca ya que mis hijos son alumnos, uno de infantil y otro de primaria, mi esposa es profesora de educación infantil y mi hermano es profesor de educación secundaria.

Sí. Yo diría que han cambiado muchas cosas.

Sospecho que en toda la historia de España no ha habido una escuela como la actual, con tantos recursos (económicos y materiales) y con profesionales tan bien preparados. Aunque no soy experto en el tema. Pero veo aulas, bibliotecas, laboratorios, ordenadores, polideportivos… y también veo ratios, equipos de trabajo, experiencias creativas… sí, sí, seguramente faltan muchas cosas por hacer, pero se han hecho y se están haciendo unas cuantas. La escuela que yo viví como alumno y la que vivo ahora como narrador oral y formador de profesores ha cambiado mucho. Y en pocos años.

Se percibe claramente una gran preocupación para que nuestros hijos disfruten de una buena educación y para ello se cuenta con recursos y profesionales, ¿por qué, entonces, parece que cada vez hay más problemas en las aulas?, ¿cómo podría explicarse esto?, ¿cuál es la razón de tan extraordinaria situación?, si nunca ha habido tantos esfuerzos y empeño en que la escuela esté bien preparada y a punto ¿dónde está el fallo?

Tal vez sea el momento de mirar hacia otro lado. Quizás en estos últimos años no sólo ha cambiado la escuela, también ha cambiado, y no poco, la familia.

Un ejemplo que puede resultar bastante ilustrativo es alguna de las últimas propuestas y sugerencias para conciliar la vida familiar y laboral. Se abren los colegios antes para que los niños empiecen su jornada antes: desayunan en el aula matinal y empiezan el día ya en el colegio. Conciliar la vida familiar y laboral consiste, en este caso, en que los niños estén menos con la familia y más tiempo fuera de casa. Hay niños que salen de casa a las siete y media de la mañana y a las seis de la tarde están volviendo (tras el comedor y un par de horas de extraescolares).

Además, para los padres las jornadas laborales se han alargado. Sospecho que hay pocas jornadas de sólo ocho horas, y que a estas hay que sumarles desplazamientos y pausas para comer o almorzar. La jornada laboral se estira como un chicle. Y mientras, nuestros hijos, viviendo sin nosotros. Creciendo sin nosotros.

La liberación de la mujer, qué gran avance sería si fuera en todos los frentes. Cuántas mujeres no se habrán sentido defraudadas al volver a casa tras las horas de trabajo fuera y comenzar a trabajar dentro (tarea más tarea, doble tarea), en muchos casos con la ausencia de la pareja. La mujer ha sido liberada, ¿liberada?, o ha sido empujada a desvivirse más aún. No niego la importancia que supone para la mujer (y para cualquiera) lograr una independencia económica con todo lo que eso conlleva de desarrollo personal y de espacios de libertad. ¿Pero qué precio vamos a pagar estando todo el mundo fuera de casa y nuestros hijos solos?, ¿por qué el padre no trabaja menos?, es más: ¿dónde está el padre?,¿dónde está la madre?... ¿qué ha sido de la familia?

Antes la mujer ejercía de nexo familiar, era el puente donde todo confluía. Pero ahora las cosas han cambiado para ella: ¿por qué no han cambiado también en casa?¿por qué los hombres no asumen nuevos roles? ¿es que a nadie le preocupa lo que pase con nuestros hijos?

Y con esto no estoy haciendo un canto por la vuelta a los modelos familiares tradicionales y gastados. De hecho pienso que las mujeres que dejan de trabajar para vivir la crianza de sus hijos, de alguna manera, están perdiendo algo de sí mismas. Y siempre queda esa deuda pendiente de “todo lo que dejé yo por mis hijos”.

Pero volvamos al asunto de la familia y la educación.

Tener hijos es fácil, educarlos es otro cantar.

Sin pretender generalizar quiero partir de algunas sorpresas que he tenido para llegar a muchas preguntas que no dejan de inquietarme.

Me sorprendía cuando llevaba a mis hijos a la guardería y coincidía con alguna madre que decía a las educadoras: “haced lo que podáis con él, porque yo no puedo, no soy capaz”, hablando de un niño de dos años. ¿No resulta esto muy asombroso?, ¿cómo será ese niño a los catorce?, ¿y a los treinta?

Me sorprende cuando oigo a profesoras de infantil quejándose porque tienen que enseñar a los niños las rutinas básicas y pasar meses y meses hasta conseguir que algunos de sus alumnos se sienten y escuchen.

Me sorprende cuando encuentro en primaria a niños respondones, faltones, maleducados, sin intereses, sin curiosidad. Pero ¿de dónde han salido esos niños siendo la primaria una etapa tan maravillosa, tan llena de descubrimientos y hallazgos?, no entiendo qué hemos hecho para llegar aquí.

Me sorprenden las aulas de secundaria con muchos profesores desmoralizados, agotados, deprimidos; con muchos alumnos que hablan de sus derechos (¿y sus deberes dónde quedan?); con muchos padres y madres que defienden a sus hijos frente a los profesores: como si al profesor no le importara el chico, como si fuera un enemigo, un contrario.

Todo esto me sorprende. Y me hace preguntarme ¿cómo hemos llegado aquí?

Sospecho (y de nuevo se trata de elucubraciones de un cuentacuentos, un padre, un curioso) que la cosa ha ido sucediendo poco a poco. Ha sido una cuestión de pequeños abandonos, de cesión liviana de tierra, constante, sutil.

Un día en los años cincuenta, sesenta, llega la televisión a casa. Se pone la televisión en el mejor sitio de la casa. Se ve la televisión. Se va perdiendo la cosumbre de hablar, de conversar, de contar. Poco a poco.

En los años ochenta aumenta el número de horas de televisión y el número de canales. Aparecen más televisiones en casa (dos, tres, cuatro… en el salón, la cocina, el dormitorio...). La mujer va saliendo de casa pero, como compensación, el hombre no pasa más tiempo en ella. Y mientras en el hogar hay un continuo ruido de pantalla y música estridente y colorines. Es fácil matar el tiempo frente a la televisión. (Y cuánto miedo al silencio).

Las casas no son grandes y las familias se hacen pequeñas: ya no están cerca las abuelas o las tías. Las ciudades no son pueblos y cuesta más relacionarse. Y los pueblos también cambian: se inundan de coches y las calles no son para correr los niños. Los niños quedan apresados en casa: ¿quién los entretiene? Qué facil es encender la televisión.

Aparecen los niños llave: esos que salen del cole y entran en casa con su propia llave. Y se sientan frente a la tele y meriendan como pueden o quieren. El niño está solo: ¿dónde están los referentes?, ¿dónde la familia?, ¿quién educa?, ¿cuándo?.

La televisión no es educativa. La soledad tampoco lo es. Al menos no en la infancia. Los niños copian los modelos que ven en la tele: niños maleducados (Shin Chan) o familias extravagantes con un humor irónico incomprensible para ellos (los Simpson).

La tele nos da palabras enlatadas sin el calor de la palabra dicha, compartida, de la caricia piel a piel. ¿Dónde están los otros que nos hacen ser uno? Y sobre todo ¿quién educa? Que sea la escuela (¿no debería la escuela centrarse en los contenidos?), que sea la escuela quien lo enseñe todo, que sea el Estado quien lo programe todo, que sean otros los que asuman eso. Nosotros, los padres, las madres, estamos demasiado ocupados con el trabajo, trabajamos para nuestros hijos, para que tengan una vida mejor, más cómoda, más llena de cosas… como si las cosas pudieran suplir una sola caricia, una sola mirada, un solo beso. Como si el tiempo no fuera implacable y fuera llenando de sedimentos espesos y oscuros la luz de la infancia.

Porque, ¿qué es la vida si no tiempo? Es más, ¿qué es el tiempo si no el tiempo que pasamos con los otros y que nos hace, nos ubica, nos conforma?, ¿dónde estamos para entregar ese tiempo a nuestros hijos?, ¿dónde está nuestra responsabilidad como padres, como educadores?, ¿cuál es nuestro lugar en la vida de nuestros hijos?

Y es que sólo hay una forma de educar y esa es con el ejemplo. Pero si no estamos ¿qué ejemplo damos? Aunque tal vez, si en el aula empezamos a tratarnos de usted, quizás, a lo mejor… todo se solucionaría. ¿Qué piensan ustedes?