[Publicado en Sildavia, Torrejón de Ardoz 1998]

 

1

Una hora y cuarto. Treinta mil años. Ciento y poco kilómetros. Toda una aventura para los amantes de las emociones fuertes. Todo un viaje de “historia comparada”, un sueño, o mejor aún, una alucinación.


2

La mañana fresca, verde. Santillana del Mar nos acogió con sol y frío. Creo que me estremecí de emoción. Entrar a las cuevas de Altamira. Todo un privilegio. Una lista de espera de dos años, veinte o treinta personas por día.

Hacía frío en Bilbao. Viento y nubes. Pronto veríamos el Guggen, el último mito de la arquitectura actual. Quizás el último símbolo de la sociedad nuestra, o quizás el primero de la que está viniendo. También la visita deseada (¡tantas y tantas buenas críticas!). Ni siquiera pasear por Bilbao. Sólo llegar y disfrutar el arte. El arte por el arte. Lo último. Lo hermoso y lo nuevo. Lo necesario.


3

No soy experto en arte. Ni en Prehistoria. Simplemente disfruto, gozo, me admiro, ante la creación artística, la búsqueda, la expresión... Quizás esto no sirva de justificación. Pero lo único cierto es que entré en Altamira.

Tampoco soy experto en arte moderno, contemporáneo. Simplemente disfruto, gozo, me admiro, ante la creación artística, la búsqueda, la expresión. Tampoco esto servirá de justificación. Pero lo cierto es que entré en el Guggen.


4

Al parecer hace unos años se entraba indiscriminadamente a las cuevas. Dos, tres mil personas por día. Aquello debía ser tremendo. Colegios, grupos de turistas, estudiosos... griterío, descontrol, pasen y vean señoras y señores. Toda una exhibición circense. Hoy las cosas han cambiado: sólo grupos de cinco. Y sólo un grupo cada vez. Media hora de visita íntima.

En el año y poco de vida del Museo Guggenheim han pasado por sus salas más de un millón trescientos mil visitantes. Es lo que cuenta. La gente, los datos, las cifras, el negocio. Es arte actual. Necesita cuantificación. Más de tres mil quinientas personas por día. Clamor y admiración. Colegios, grupos de turistas, estudiosos... Griterío y descontrol.


5

Para ver las cuevas de Altamira hace falta silencio. El silencio ayuda. Enriquece, multiplica los significados. La cueva de Altamira es una matriz acogedora, un vientre de ballena, una oscuridad acompasada, femenina, sabia, (savia) de siglos.

La cueva de Altamira estremece. Es inmensa en su recogimiento. Es la vuelta al útero (inicial, primero, verdad... VERDAD), al origen. Es el silencio y la respiración. Es el deslumbramiento y la catarsis, la purificación. Sólo caben el respeto y el silencio. Es lo más sagrado, lo SAGRADO EN SÍ. Lo primeramente sagrado.

El Guggenheim exige, en cambio, un ¡OOOOOHHHHH! de admiración, grande, redondo, fuerte, un ¡OOOOOHHHHH! que ya llevamos ensayado desde casa, un ¡OOOOOHHHHH! que se suma al de los demás y se convierte en el ¡OOOOOHHHHH! Universal, en el gran ¡OOOOOHHHHH! que retumba por toda la ciudad. Bilbao lleno de oes como burbujas, el cielo cubierto de haches y de admiraciones, el mundo clama al unísono su más bonito y mejor ensayado ¡OOOOOHHHHH!, un grito unánime y, acaso, acertado.

Yo también sumé mi ¡OOOOOHHHHH! Y lo merecía. Digo yo. Cosa más rara y más hermosa no había visto jamás. Un monstruo de curvas y titanio, inaprehensible, inhumano, de mil formas y colores, de piedra y flor, de aire y agua. De alguna manera el edificio se mantiene enhiesto, firme, erecto, sólido, a la vez que flácido, deforme, lábil. Una broma de mucho ingenio. Una construcción genial.


6

Ver los animales pintados de Altamira es como recuperar las imágenes de un sueño perdido a través de los siglos. Algo pervive en nuestra mente. No resulta desconocido el trazo, la forma, el color. Hay evocaciones intensas, ciertas. Algo de nosotros existe en esa cueva. Algo muy nuestro, profundo, algo que llega más allá de nuestro propio entendimiento.

La cierva que nos mira, que miró a tantos y tantos, durante siglos y siglos, sigue al acecho, ella es la verdadera espectadora. Nosotros no somos más que variaciones del mismo tema (del mismo tema de hace trece mil años). Los bisontes que luchan, que seducen, que corren y atacan, que brincan... Eros y Tánatos ya en Altamira (como en Grecia, como en toda la literatura, como en toda la historia de la humanidad). La esencia del hombre ya en Altamira. El origen. El útero. La verdad.

Y sin embargo, entrar en el Guggenheim es destensar el ¡OOOOOHHHHH!, que cada vez se hace más y más chiquito. Ahora un ¡ooooohhhhhh!, y después un ¡oohh!, y después nada. El Guggenheim es como un buñuelo relleno de viento. Esencia de viento. Arte de viento. Viento y aire. Nada.


7

Me quedo con Altamira. Quizás porque prefiero la paz y el recogimiento, lo suave y esencial, lo verdadero. El Guggenheim precisa ruido, número, piedra y acero.

Me quedo con Altamira, sobrecogido, respirando el aire primero. El Guggenheim todavía reluce flamante, todavía no ha dormido lo bastante como para ser esencial.

Me quedo, en fin, con Altamira.

Pero si después tienen tiempo, pásense por el Guggenheim, sólo a una hora y poco. Treinta mil años de historia. Variaciones sobre el mismo tema. El hombre y su búsqueda. Lo mismo de siempre. Lo único.