Este artículo fue publicado en catalán en n.º 93 (mayo de 2021) de la revista Faristol, del Consell Català del Llibre Infantil i Juvenil, y puede descargarse aquí en PDF. En mi web tengo una versión ampliada de este tema aquí.

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La colección de ocho cuentos tradicionales publicados en los Cuentos de mamá Oca que se atribuyen a Charles Perrault es considerada como el punto de partida de la literatura infantil. Pero esta consideración plantea algunos problemas:

  • En primer lugar, parece que este libro no estaba específicamente escrito pensando en un lector infantil sino más bien en un lector cortesano y burgués, a quien pretendía convencer de la validez del cuento tradicional escrito como parte de un nuevo género artístico.
  • El mismo concepto de “lector infantil” plantea otros problemas relacionados con la idea de infancia, pues, hasta prácticamente el S. XVIII no empieza a pensarse en la etapa infantil como un momento de aprendizaje y preparación para la vida adulta, incluso, tendrá que avanzar bastante el siglo para que la infancia sea considerada como una etapa independiente y autónoma de la vida del individuo.
  • Por otro lado, hacía algunos siglos que ya se habían escrito algunos otros libros que sí estaban planteados como una lectura para menores. De hecho, a finales del S. V y principios del S. VI se publicó el Panchatantra, un libro pensado para los “tres hijos muy estúpidos” del rey Amaranzakti. La educación de estos tres mozalbetes se fiaba a esta lectura de este libro que prometía los conocimientos precisos para que los tres príncipes superaran su estulticia.

El Panchatantra marcó unas pautas que regirán, durante siglos, las publicaciones destinadas a los menores: que fueran para niños y niñas de clase privilegiada y que tuvieran una finalidad didáctica y moralizante. Quizás esto ayudó a que los Cuentos de mamá Oca, pensados para clase alta y contando con las moralejas incluidas tras cada cuento, fueran considerados como lectura infantil.

Por otro lado los Cuentos de mamá Oca son también considerados como la primera gran colección de cuentos de la tradición oral. Consideración que también plantea algunos problemas puesto que ya había algunas colecciones de cuentos tradicionales publicadas, por ejemplo, Las noches de placer, de Straparola, o el Pentamerón, de Basile.

En cualquier caso y a pesar de todas estas cuestiones, ocurre que se da en los Cuentos de mamá Oca una relación directa entre lector infantil y versión escrita de cuentos de la tradición oral. 

Recordemos que los cuentos tradicionales contados de viva voz, por un lado, existían en variantes, cambiando cada vez que eran contados y con cada cuentista que los contaba; y por otro lado, no estaban destinados a un público infantil, eran contados y escuchados por personas de todas las edades. Ambas particularidades eran características esenciales de los cuentos de tradición oral que son anuladas al quedar estos fijados por escrito y ser atribuidos exclusivamente para la infancia.

Se ha estudiado bastante el motivo por el que los cuentos tradicionales son asignados a los niños y niñas, algunas razones podrían ser estas: 

  • Quizás porque son descartados por las clases cultas como una literatura seria y son relegados al cuarto de los niños de la misma forma que un mueble pasado de moda acaba allí arrumbado.
  • Quizás por esa identificación entre la clase popular (ignorante) y la infancia (ingenua), ambas capaces de creerse y encandilarse con las mismas historias.
  • Quizás porque el cuento llevaba siglos mostrando su capacidad para educar deleitando, como demostraba el Panchatantra o, unos cuantos siglos antes, las Fábulas de Esopo.

En cualquier caso los Cuentos de mamá Oca inicia un camino que culminará, algo más de cien años después, con la aparición de Los cuentos para la infancia y el hogar de los hermanos Grimm.

 

En 1812 se publica el primer volumen de Los cuentos para la infancia y el hogar, y en 1815, el segundo; obsérvese que en el título ya hay una asignación directa a la infancia.

Esta colección de cuentos fue reelaborándose en sucesivas ediciones tratando de adaptar los cuentos más y mejor a los gustos de la época y de los destinatarios de dichos cuentos: las familias cristianas y burguesas de la Alemania del S. XIX. Y los cambios y modificaciones fueron de tan gran calado que los estudiosos hablan de la creación de un nuevo género, el género Grimm, a medio camino entre el cuento popular y el cuento literario. Este género Grimm implicó, por un lado un proceso de selección: selección de cuentos adecuados para los destinatarios (se descartan, por ejemplo, los cuentos soeces) y, de entre esos cuentos seleccionados, una búsqueda de las variantes que serían más del gusto para sus lectores y lectoras; por otro lado, un trabajo formal que a veces llegaba incluso a la estructura misma de los textos elegidos; y por último, un trabajo de estilo.

El éxito de Los cuentos para la infancia y el hogar tuvo, por un lado, unas consecuencias negativas para los cuentos tradicionales pues, en su trasvase de la oralidad al papel, presentaron un notable empobrecimiento de temas y versiones. Pero, por otro lado, la fama de la colección y su amplia difusión, no sólo en Alemania sino en muchos otros países, despertó un gran entusiasmo por la recopilación de cuentos de tradición oral y estudiosos y entusiastas de todo el mundo se pusieron a recoger textos de la tradición oral, buscando narradores populares y transcribiendo cuentos del acervo popular. Y todo esto ocurría mientras la Revolución Industrial cambiaba los modos y costumbres seculares de vida e iba achicando o, directamente anulando, los espacios y momentos donde tradicionalmente se contaban cuentos. Muchas de las grandes colecciones de cuentos populares fueron recogidas en la segunda mitad del S. XIX. Este trabajo de recopilación, que se prolongó durante el S. XX, y que continúa hoy en día, reúne un extenso listado de publicaciones con cuentos tradicionales recogidos por todo el mundo, cuentos que quizás, en no pocos casos, habrían desaparecido olvidados al dejar de ser contados y escuchados.

 

En cualquier caso, este punto de partida de la literatura para niños y niñas íntimamente relacionado con los cuentos de tradición oral tiene unas consecuencias, como hemos visto, para los textos tradicionales, pero, también, para el nuevo género de la literatura infantil, puesto que hay un trasvase de las características y rasgos propios del cuento de la tradición oral a la literatura que nace y está pensada para niños y niñas. Básicamente se trata de algunas de las características ya descritas por Axel Olrik en sus Leyes del Folclore Narrativo en 1909:

  • Claridad de la narración (pocos personajes y acciones que ocurran simultáneamente).
  • Esquematización de personajes y acciones (dando apenas los rasgos esenciales para el argumento)
  • Secuenciación lineal de la acción (lo que suele simplificar la trama)

A los que podríamos añadir: un lenguaje de carácter impersonal y una narrativa centrada en contar más que explicar y, por lo tanto, articulada fundamentalmente en la sucesión de acciones.

A finales del S. XIX la literatura infantil está plenamente establecida y cuenta con otros géneros, además del cuento, como la novela, la poesía, el teatro… es más, este espacio de creación pensado para niños y niñas acaba convertido en un ámbito donde escapar del control al que era sometida la literatura para adultos, de hecho se podría considerar que no pocas de sus obras son, de una forma u otra, subversivas, y en ellas se podía encontrar, por ejemplo, mofa contar el poder, contra las creencias, contra personajes respetables, etc.

A principios del S. XX, tras la aparición y afirmación de los libros para niños y niñas y la universalización de la alfabetización, surge la necesidad de promover el hábito de la lectura, de esta manera comienzan a desarrollarse una suerte de actividades, propuestas, estrategias… englobadas todas ellas bajo el paraguas de la animación a la lectura y encaminadas a despertar el apetito lector de la infancia y, también, a cultivar su gusto lector. 

Entre estas estrategias hay una que pronto adquiere un lugar destacado: la narración oral de cuentos. De hecho, la actividad de “La hora del cuento” iniciada según parece a principios del S. XX en bibliotecas del Reino Unido y de los países nórdicos, se va extendiendo poco a poco por todo Occidente. En esta “hora del cuento” se intentaba recuperar la narración oral como una manera de cultivar el gusto por las historias y, de paso, por la lectura, con la idea de que a leer se empezaba por las orejas.

A España llega “La hora del cuento” en la década de los años 30 del pasado siglo, donde encontramos a Elena Fortún dando charlas y cursos a las bibliotecarias de las Bibliotecas Populares de Madrid sobre cómo contar. Aunque la verdadera difusión de esta propuesta de animación a la lectura llegó con el advenimiento de la democracia y la modernización de las bibliotecas y la renovación pedagógica en las aulas en la década de los ochenta del pasado siglo. Es en esta década cuando se empezó a contar tímidamente en escuelas, bibliotecas, ferias del libro… y debido a la demanda de cuentos contados comienzan a aparecer narradoras y narradores profesionales, a quienes los estudiosos han llamado narradores urbanos o narradores orales contemporáneos para diferenciarlos de los narradores populares que durante siglos preservaron y transmitieron los cuentos de la tradición oral. Muchos de estos cuentistas provenían del ámbito de la escritura, de la escuela, del teatro, del estudio del folclore…

Los materiales narrativos de este colectivo en esa primera década eran, en su gran mayoría, textos de la literatura infantil. Recordemos que, por un lado, el género llevaba en su ADN características que hacían que estos textos se acomodaran fácilmente a la garganta para ser contados; y, por otro lado, todas estas actividades solían estar siempre encaminadas a la animación a la lectura con niños y niñas, por lo que resultaba pertinente que los textos contados fueran espigados de entre la literatura pensada para la infancia.

 

Dentro de la literatura infantil hay un formato, el del libro álbum, que en estos años (ochenta y noventa del pasado siglo) vive en España un momento de expansión que implica no sólo la llegada de grandes clásicos no publicados anteriormente en nuestro país sino la aparición de editoriales especializadas y de ilustradores y autores que manejan el lenguaje del formato a la perfección.

El libro álbum por sus características y particularidades: secuencialidad, esquematismo, unidad de la doble página con imágenes autoconclusivas, texto articulado en unidades de aliento, etc., se convierte en un compañero habitual de muchos narradores y narradoras. Especialmente el libro álbum del tipo narrativo en el que la imagen está aportando información a la historia que se está contando, es decir, son cuentos que además de leerse/escucharse, han de verse para poder ser comprendidos en todos sus detalles.

La narración con libro álbum posiblemente comenzara en España a finales de los 70 con Pep Durán, librero, quien comprobó que vendía más libros cuando mostraba/contaba un cuento que cuando se limitaba a explicar de qué iba el cuento. Es una manera particular de narrar que, durante años, ha estado muy arraigada en nuestro país.

Esta cercanía de la narración oral con el libro álbum y, en general, con la literatura infantil, ha hecho que muchos de estos narradores contemporáneos acaben también publicando cuentos propios en formato libro álbum. También hay casos de narradores contemporáneos que publican versiones de cuentos de tradición oral que tienen en sus repertorios. Incluso hay casos de cuentistas que recogen tradición y publican versiones de esos cuentos recogidos en formato libro álbum.

 

Debido, en gran parte, a la demanda de cuentos contados como estrategia para animar a leer, demanda que durante años fue el grueso de la actividad profesional del colectivo, el grupo de narradores orales contemporáneos fue creciendo, fue profesionalizándose y, sobre todo, fue siendo consciente de ser un colectivo que formaba parte de una larga historia, muy rica, y que era más que parte de una estrategia para animar a leer. Y mientras el colectivo iba tomando consciencia de todo esto, con la ayuda de programadores, bibliotecarias y entusiastas de los cuentos contados se iban habilitando nuevos espacios para la palabra dicha, se recuperaban públicos de todas las edades para los cuentos a viva voz y se rescataban para ser contados muchos de los viejos grandes buenos cuentos de las colecciones que tantos estudiosos habían ido recopilando a lo largo de los últimos 150 años. En este sentido es muy significativo cómo en los últimos diez años el repertorio de narradores y narradoras profesionales se ha incrementado en un porcentaje notable con cuentos de la tradición oral. 

 

Y así se cierra el círculo. Un viaje de ida y vuelta; de ida desde la voz al papel y de vuelta desde el papel a la palabra dicha, a la mirada y la escucha. Un viaje en el que muchos de los viejos grandes cuentos, tras dormir pacientemente entre las páginas impresas, vuelven a vivir en la oralidad y a existir en variantes y vuelven a ser contados a públicos de todas las edades.

A día de hoy los narradores y narradoras orales contemporáneos somos conscientes de que la oralidad tiene valor en sí misma, no hace falta que se cuente “para algo” (para animar a leer, para educar en valores, para celebrar el día del árbol…), porque contar y escuchar cuentos es en sí una celebración, un encuentro, una fiesta ininterrumpida: su llama de palabras no se ha apagado desde el origen de los tiempos. 

Contar y escuchar cuentos es algo inherente a nosotros, una facultad que nos acompaña desde el momento mismo en el que comenzamos a ser humanos. Somos homo narrans, seres de historias, y estamos continuamente contando, contándonos, puesto que historias son los recuerdos de lo vivido, las ideas que pensamos, los proyectos que desarrollamos, los sueños que soñamos… hasta la propia identidad es una historia que nos vamos contando y que vamos reelaborando continuamente. Exactamente como los cuentos de la tradición oral, que forman parte de nosotras y nosotros, que están, también, en nuestro propio ADN.

 

Pep Bruno

Bibliografía de estudio consultada

Bortolussi, M., Análisis teórico del cuento infantil, Alhambra

Bruner, J., La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida, FCE

Bruno, P., Contar, A buen paso

Camarena, J., “El cuento popular”, en Revista Anthropos, n.º 166/167

Cerda, H., Literatura infantil y clases sociales, Akal 

Cortés Gabaudan, H., en la Introducción de Cuentos de los hermanos Grimm tal como nunca te los habían contado. Primera edición de 1812, LaOficina

Garralón, A., Historia portáitl de la literatura infantil, Anaya

Lluch, G., coord, Invención de una tradición literaria (De la narrativa oral a la literatura para niños), Ediciones de la Universidad de Castilla–La Mancha.

Lurie, A., No se lo cuentes a los mayores. Literatura infantil, espacio subversivo, Fundación Germán Sánchez Ruipérez

Ortiz, E., Contar con los cuentos, Palabras del Candil

Pisanty, V., Cómo se lee un cuento, Paidós

Soriano, M., Los cuentos de Perrault. Erudición y tradiciones populares, ed. S. XXI

Tolkien, J. R. R., Árbol y hoja, ed. Minotauro

Van der Linden, S., Álbum[es], Ekaré

 

Dos enlaces 

Una historia de la profesionalización de la narración oral en España 

Una bibliografía personal de cuentos de la tradición oral

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