De las funciones para público familiar

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De público homogéneo y público variado

Podríamos decir, grosso modo, que si atendemos al público asistente a los espectáculos de narración oral habría, básicamente, dos tipos de funciones de cuentos: las de público homogéneo y las de público variado. Esto puede afirmarse entendiendo que todos los individuos son diferentes pero que, al mismo tiempo, es posible que compartan unos intereses comunes.

Dentro del primer tipo de funciones, las de público homogéneo, incluiríamos una buena cantidad de posibilidades, pero básicamente las que 

–agrupan por edades (como las funciones para bebés 0-3 años acompañados por madres y padres, funciones en colegios e institutos a alumnado agrupado por cursos, funciones en centros de mayores, etc.), 

–las que agrupan por intereses (por ejemplo contar en una asociación de mujeres o a los afiliados a una sede de la ONCE)

–y las que agrupan por situaciones compartidas por un colectivo (por ejemplo contar a los internos de una cárcel o a una comunidad embarcada en una reivindicación común).

En realidad las funciones de público homogéneo tienen un eje que atraviesa a todas ellas: el público asistente tiene unos centros de interés comunes. Así pues, ante una función de público homogéneo, normalmente el cuentista conoce (o sospecha) los centros de interés de dicho público y trata de llevar un repertorio que piensa que puede ser del interés de los asistentes. Si bien esto no tiene por qué suponer un repertorio cerrado, pues, como siempre, esa “sospecha” se concreta en el momento en el que el cuentista se pone delante del público a contar y “escucha” al público mientras va contando (y, por lo tanto, puede ir variando la selección de cuentos que cuenta).

En el otro extremo nos encontramos con las funciones de público variado, que serían, obviamente, aquellas en las que el público tuviera intereses muy diferentes y, por lo tanto, los cuentos que eligiéramos para contar deberían moverse en una amplia horquilla de intereses posibles. Cuentos que interesaran a niñas y niños de 2 años, de 4, de 8, madres y padres jóvenes, abuelas, etc. El caso paradigmático de este tipo de funciones son las funciones familiares abiertas, es decir, aquellas que habitualmente programan bibliotecas y a las que asiste público muy dispar. Funciones que, para más inri, suelen ser de libre acceso hasta completar aforo.

 

De las funciones familiares

Este artículo pretende hablar de este tipo de funciones, las familiares, y reflexionar sobre sus bondades y sus problemáticas.

Como ya hemos dicho antes una función de cuentos para público familiar suele reunir a un nutrido grupo de personas de edades e intereses muy dispares. En principio estos espectáculos están pensados para familias, y es por eso que normalmente acuden adultos y niños. Puede ocurrir que también asistan niños solos, pero eso es poco habitual, normalmente la responsable de sala exige que los menores vayan acompañados por algún responsable. Aunque también conozco casos en los que se pide a los adultos que no pasen a la función y que vengan a recogerlos a la salida. En este caso lo habitual es que el corte en la edad trate de hacer un grupo lo más homogéneo posible.

 

Disposición

En mi opinión es muy positivo que asista público familiar a escuchar cuentos, al menos por dos razones: la primera, porque no son muchas las actividades en las que todos los miembros de una familia pueden disfrutar juntos y, la segunda, porque es también una manera de aprendizaje para los más pequeños (que entienden que si sus padres disfrutan escuchando cuentos es porque escuchar cuentos es algo importante, valioso, divertido, emocionante).

Pero esto se descabala si no permitimos que los adultos entren a la función o si los niños vienen solos o si separamos (en la sala) a adultos y niños durante la función. Por eso, en mi opinión, es importante que en las funciones familiares venga la familia (adultos y niños) y se sienten juntos.

Creo que no es buena idea poner al público adulto detrás y al público infantil delante. Pienso que es fundamental que los núcleos familiares estén juntos durante el espectáculo. Por ejemplo, se puede poner a los adultos a los lados (así no impiden la visibilidad a otros niños que estuvieran detrás) y a los niños y niñas junto a ellos, en el centro de los asientos. Obviamente también está muy bien sentar a los más pequeños en el regazo de sus padres.

De esta manera resolvemos varios problemas que se podrían plantear: si pones a los públicos separados entonces los adultos pueden desconectar de los cuentos, entretenerse mirando al móvil, charlar entre ellos… Eso no sólo resulta molesto para el cuentista, sino que también da una idea del valor que esa actividad tiene (o, más bien, no tiene) para los adultos. Además, al hacerlo de esta manera los adultos no son modelos de escucha para sus hijos (pues aunque estuvieran escuchando sus hijos no les verían hacerlo) y, lo más importante, los adultos no pueden estar pendientes de sus hijos (y si su hijo se cansa, se despista, molesta a otros… parece que no es responsabilidad de sus familias). 

Para mí es fundamental que en las funciones para público familiar los adultos sean los responsables de sus hijos, no la bibliotecaria ni el encargado del teatro ni el cuentista (especialmente no el cuentista), sino los adultos que han venido con ellos. Por eso insisto siempre en que las familias que asisten a estas funciones de cuentos permanezcan juntas durante el espectáculo.

De esta manera los adultos no sólo podrán estar pendientes de sus hijos (y así sabrán si les gusta la actividad, si tienen miedo de un cuento, si se divierten, si se aburren… o si, sencillamente, no tienen capacidad de escucha para historias tan largas como las propuestas), sino que además tendrán una escucha activa de las historias y, al estar cerca de sus hijos, podrán compartir emociones, complicidades, risas, apuros…  con ellos. Además, insisto, al estar junto a sus hijos serán un modelo directo en el aprendizaje de la escucha para los pequeños.

 

Los cuentos

En este epígrafe voy a hablar de mi experiencia en la selección de los cuentos de mi repertorio para los espectáculos familiares.

En los primeros años de mi inicio como cuentista profesional, cada vez que tenía funciones de cuentos para público familiar trataba de llevar mis mejores cuentos. Era posible que a la hora de probar nuevos cuentos lo hiciera en otro tipo de funciones con público más homogéneo (especialmente las escolares), y para las funciones familiares solía llevar lo mejor y más contrastado que tenía. De alguna manera los cuentos entraban a formar parte de mi repertorio y se fogueaban en las funciones escolares y de ahí, los mejores, pasaban a las funciones familiares. Al menos así lo hacía en aquellos años y no de forma consciente. Me gusta pensar que trataba de llevar lo mejor que podía ofrecer al público familiar, mis cuentos estrella, porque siempre he sido contrario a esa opinión tan extendida que parece asimilar el adjetivo “infantil” a “cualquier cosa vale”, es más, soy de los que creen que el público infantil merecen precisamente lo mejor, lo de mayor calidad. Por eso, digo, me gusta pensar que actuaba como he dicho antes porque quería llevar lo mejor que tenía para el público familiar porque yo también he sido padre y siempre que he ido a un espectáculo infantil he esperado que fuera algo serio, de mucha calidad y con una propuesta honesta.

Otro aspecto que empecé a tener muy en cuenta a la hora de elegir los cuentos de las funciones familiares era la edad de los asistentes. Con el paso de los años empecé a comprender que cada edad tenía unos centros de interés bastante definidos y que si yo veía entre el público niños de edades diversas tenía que tratar de contar cuentos que estuvieran cercanos a los centros de interés del máximo posible de los asistentes. Por lo tanto, la medida para la selección de cuentos estaba en el público que me encontraba cada día.

Esto me hizo, desde muy pronto, acostumbrarme a llevar (en mi mochila, pues intento siempre llevar los libros de los que salen las historias que cuento) unos treinta cuentos posibles para contar, y con esos treinta cuentos solía armar las sesiones en función de cómo era el público y cómo iba reaccionando a los cuentos que contaba. Así las cosas, ocurría muy habitualmente que al terminar una función familiar había contado ocho cuentos, pero al día siguiente, al contar otra función familiar había contado otros siete cuentos distintos (o algunos repetidos del día anterior pero otros no). Al ser funciones abiertas (no con una selección previa de cuentos que tenía que contar sí o sí) me permitía un mayor juego a la hora de elegir cuentos y de amoldarme al público.

Hoy sigo llevando un buen puñado de cuentos en mi mochila para las funciones familiares, y algunos de esos cuentos puede ocurrir que haga años que no los cuento, mientras otros puede suceder que los haya contado varias veces en un día (ayer, hoy mismo); todo depende, insisto, del público con el que me encuentre.

Como podéis ver hasta este momento no había tenido en cuenta al público adulto de las sesiones familiares. Pero muy pronto empecé a incluirlo sin darme mucha cuenta de ello. Un día fui consciente de que había algunos cuentos en los que, en un momento concreto se reían los niños, en otro se reían los adultos, en otro se reían todos… es decir, había varios planos de comprensión, eran cuentos que tenían una lectura para los pequeños y otra, distinta, para los adultos. Lo habitual es que eso no ocurra con las historias completas, sino con algunos guiños, comentarios, sucesos… que iban sucediendo a lo largo del cuento.

Entonces ocurría algo fantástico porque el público adulto no se sentía “obligado” a escuchar, sino que escuchaba con placer porque esas historias tenían, además, algo que les interesaba a ellos.

Estos cuentos con diversos planos de interpretación son oro en mi repertorio, sirven para incorporar al público adulto, para interpelarlo directamente y, por ende, para cohesionar al grupo. Gracias a estos cuentos los adultos ríen, se emocionan, disfrutan… del espectáculo y no sólo son verdaderos modelos de escucha para sus hijos, sino que salen del espectáculo comentándolo con ellos, recordando los mejores momentos y, lo que es mejor, queriendo volver para próximos cuentacuentos.

En las sesiones familiares hay también un tipo de cuentos al que acudo con cierta cautela, son los cuentos participativos. 

Primero he de matizar qué es esto de los cuentos participativos para mí. Son cuentos participativos aquellos en los que se precisa de la participación del público, pero en mi caso, bajo ningún concepto, implican voluntarios o personas que salen de entre el público a escena. En mis cuentos participativos puede participar todo aquel que quiera: el público puede repetir conmigo, puede cantar alguna cancioncilla, puede tratar de adivinar alguna retahíla… pero siempre desde el lugar confortable y acogedor del público.

En mis primeros años como narrador en las funciones familiares intentaba que no hubiera mucho cuento participativo para no incomodar al público adulto, aunque siempre podía ocurrir que el último cuento (cuando los niños y niñas estaban más cansados) fuera participativo. De cualquier manera en este tipo de cuentos (sin voluntarios, sin sacar a nadie a escena y a cobijo del grupo) enseguida comprobé que el público adulto no se sentía incómodo. Por eso dejé de tener miedo a incluir algún cuento más (siempre que pensara que era preciso).

Hubo de todas maneras un cambio importante en las funciones familiares que afectó a este tipo de cuentos. No sabría decir en qué momento empezaron a llegar niños y niñas muy pequeños a las funciones familiares, antes siempre había algunos (hermanos y hermanas del público que venía), pero en unos años esos hermanos pasaron a ser el público, es más, había muchas veces que los padres venían con niños de 1-3 años y los hermanos mayores de 7-8 años ya no venían a escuchar cuentos. Esto resultó muy evidente, trato de recordar, a finales de la primera década de los dos mil. Más adelante hablaré de este asunto con más detalle, me detengo ahora en cómo afectó esto a los cuentos participativos que incluía yo en las funciones familiares.

Lo cierto es que al público de 0-3 les resulto (físicamente) un tipo algo intimidante (grande, con mucho pelo y barbas… tal cual el hombre del saco), por eso cogí la costumbre, cuando contaba a esta franja de edad, de comenzar contando algún cuento cantado, era una manera imbatible de romper todas sus defensas (y prejuicios, y miedos) y de poder empezar a contar mucho más cerca de los niños.

Pues al empezar a llegar niños y niñas de 1-3 años a las funciones familiares (como público) incluí esta costumbre en mis funciones familiares, y de esta manera, desde hace muchos años y hasta hoy, suele ser habitual que comience mis funciones con un par de cuentecitos cantados y/o rimados. Esto empecé a hacerlo por los más pequeños, pero ocurrió que los padres que les acompañaban entraban desde el primer momento en la propuesta participativa (no olvidemos que eran madres y padres de niños muy pequeños y que siempre parecen estar más dispuestos a participar en las actividades de sus hijos).

Esto hizo que cambiara también la idea de que los cuentos de las funciones familiares debían ser sólo cuentos con múltiples planos de significación, y empecé a combinar estos cuentos con otros  cercanos a los distintos centros de interés, saltando de cuentos para los más pequeños a cuentos para los más grandes y a cuentos de planos diversos de significación, quedando funciones más variadas, ricas y, en mi opinión, interesantes.

 

Edades diversas

He contado anteriormente que a principios de la década primera de los dos mil empezaron a llegar niños y niñas muy pequeños a las funciones. Esto ha sido (y es) durante años un comentario recurrente entre colegas. De hecho muchas bibliotecas trataron de resolver esta situación incluyendo en su programación funciones específicas para 0-3 años, esperando así que ese público más pequeño fuera a esas otras funciones (en algunos casos se logró, pero en otros, no). 

La asistencia de este público tan pequeño a una función familiar plantea varios problemas, por ejemplo: 

–la capacidad de escucha de los niños y niñas de 0-3 años es muy limitada y, además, hay grandes diferencias entre un niño de un año y uno de dos y uno de tres. En cualquier caso lo habitual es que estos niños puedan tener una escucha atenta de unos treinta minutos.

–Por otro lado sus centros de interés (música, ritmo, retahílas, cuerpo, animales…) y la necesidad de que sus cuentos sean muy cortos (es decir, en esos treinta minutos se podrían contar ocho cuentos) es algo propio de estas edades y el resto de público (pienso por ejemplo en un niño de siete años o una niña de ocho) no tiene especial interés en ello. Puede atender a algunos de estos cuentos (un par o tres), pero se sienten totalmente fuera de lugar cuando toda una función está compuesta por textos de este tipo.

–Ocurre además que estos niños, cuando se cansan, son ruidosos y molestos para los demás asistentes al espectáculo. Y normalmente ese momento llegaba a los 30 minutos (recordemos que un espectáculo familiar de cuentos habitualmente dura unos 60 minutos), por lo que en la segunda parte de la función siempre había algunos pequeños dejaban de atender a los cuentos y despistaban a otros niños mayores, cuando no se andaban moviendo por la sala, hablaban en voz alta, lloraban… 

Así pues, cuando empezaron a llegar niños y niñas de 1-3 años como público a las funciones familiares, los cuentistas empezamos a incluir muchos cuentos para los más pequeños (porque la base de los centros de interés te la da la edad menor en estas sesiones) tratando que este público estuviera atento el mayor tiempo posible (al fin y al cabo a nosotros nos pagaban por 50-60 minutos de cuentos) e incluyendo en el repertorio muchos cuentos cantados, participativos, etc. Y esto tuvo unas consecuencias nefastas, porque el público de niños mayores (especialmente a partir de 6-7 años) empezó a no sentirse incluido en la propuesta narrativa y dejó de asistir a las funciones de cuentos, porque, sencillamente, no eran para ellos. Y en verdad no lo eran. 

Esto era como una pes(c)adilla que se mordía la cola: cuantos más niños pequeños asistían menos podíamos contar para los niños mayores, por lo que estos dejaban de venir y, por lo tanto, cada vez venían más niños pequeños y cada vez hacíamos funciones con cuentos para más pequeños. Y de esta manera tan tonta empezamos a perder un público que naturalmente disfruta de los cuentos como son los niños y niñas de 6-12 años.

Volveré ahora sobre este asunto, pero ahora he de contar algo que me ayudó (en parte) a resolver esta disyuntiva. 

En ocasiones había ido a contar a colegios en pueblos pequeños donde había una población infantil pequeña. En esos lugares no merecía la pena hacer dos funciones (una para público de 3-6 y otra para público de 6-12) porque a lo mejor tenían sólo 30 niños y niñas de todas las edades. En estos casos optaba por hacer una función con todos los niños y niñas del centro (siguiendo con el ejemplo, esos 30), pero organizaba la función de una manera distinta: empezaba contando cuentos cercanos a los centros de interés de los pequeños pero iba contando cuentos cada vez para más mayores, y así, de esta manera tan sencilla, podía contar a todos. Esta propuesta sólo tenía una condición: si los pequeños se cansaban (una vez contados sus cuentos) tenían que salir con su profesora y yo me quedaría con el resto de alumnado.

Esto lo hacía habitualmente en situaciones como la antes descrita y funcionaba de maravilla, porque si resultaba que el alumnado de 3-6 años tenían un buen músculo de escucha (les habían contado mucho) pues a veces los más pequeños aguantaban y disfrutaban de la función completa, pero si eso no era así salían (sin problema ninguno, pues ya se marchaban contados) y yo seguía con el resto de alumnos. Era como combinar dos medias funciones en un mismo espectáculo contando con que había posibilidad de que el público más pequeño se fuera una vez terminada su mitad.

Volvamos ahora a las sesiones familiares. Recordad que me encontraba con un problema pues cada vez venían más niños pequeños y, al mismo tiempo, cada vez venían menos niños mayores. 

Tratando de resolver esta cuestión me planteé utilizar el modelo de dos medias funciones combinadas, para públicos de edades variadas, que utilizaba en los colegios rurales con un grupo reducido de niños y niñas. 

Y sí, desde hace unos cuantos años esta es la fórmula habitual que utilizo (o que intento utilizar) en mis funciones familiares. Pero en las funciones familiares plantea un problema que no existe en las funciones escolares, y es que en el momento en el que deberían marcharse los niños más pequeños, muchas familias optan por no irse y se quedan (a pesar de que resulta evidente que los más pequeños ya están cansados), quizás porque tienen niños más mayores, quizás porque ellos mismos están interesados en los cuentos, quizás porque afuera llueve o hace frío; quién sabe.

Es por eso que he tenido que dar una vuelta más a este modelo para funciones familiares. Os lo cuento en el último epígrafe de este artículo que ya va siendo largo.

 

Partir la función

Como ya dije antes, uno de los grandes hándicaps que plantean las funciones familiares en la actualidad es la asistencia de público muy pequeño y la pérdida de público de niños mayores. Para no perder a este público de 6-12 años me propuse incluir en todas mis funciones familiares, aunque hubiera un único niño mayor (que yo recuerde no ha sido así nunca, pues siempre hay un pequeño grupo de irreductibles) contar al menos un cuento para ellos: un cuento cercano a los intereses de ese colectivo, pero también un cuento largo, más complejo y que requiriera un esfuerzo de atención. En suma, uno de esos cuentos que son difíciles (o imposibles) de contar si hay pequeños moviéndose por la sala.

Por lo tanto, siguiendo la propuesta que hacía en funciones escolares con alumnado de distintas clases, antes de comenzar la función explicaba al público lo que iba a hacer: comenzaría contando cuentos para los más pequeños e iría contando cada vez cuentos más largos y complejos para que, si los pequeños se cansaban, se pudieran marchar ya “contados”.

En mi opinión la propuesta era buena, pero el problema era que muchas familias se quedaban a pesar de que sus hijos pequeños estaban ya cansados de cuentos a los 30 minutos (aunque resultaba evidente para sus padres y para el resto del auditorio), supongo que había varios motivos: quizás pensaban que no molestaban tanto, quizás estaban a gusto escuchando, quizás tenían hijos mayores y también se quedaban… fuera cual fuese el motivo, lo cierto es que los niños pequeños resultaban muy molestos para esa última parte de la función.

Entonces, hace cosa de un año y medio, incorporé dos elementos a toda esta propuesta que terminaron de perfilarla y la han dejado, en mi opinión, funcionando perfectamente.

Por un lado decidí implicar directamente a las familias asistentes en la organización del espectáculo, es decir, antes de comenzar a contar explico que les voy a plantear dos opciones para el espectáculo que van a ver: una, contar 50-55 minutos varios cuentos para todos los públicos y todas las edades (digamos, el formato inicial de mis funciones familiares de hace unos cuantos años); otra, contar 30 minutos para los niños más pequeños, luego les invito a que se marchen y, después, cuento otro cuento de unos 40 minutos para los niños más mayores. Especifico que no tengo inconveniente si los pequeños se quedan, eso sí, si lo hacen, ha de ser en absoluto silencio y sin molestar (porque es un cuento largo, complejo y precisa de mucha atención por parte del público y por mi parte también, claro). Les digo también que esto lo hago así porque cada vez tenemos menos público de niños mayores y esto es una gran pérdida (para ellos, para los cuentos y para nosotros) y que seguramente los que ahora tienen niños pequeños querrán que sus hijos, siendo más mayores, sigan queriendo venir a escuchar cuentos. 

Una vez explicado esto invito a los adultos a que voten por una de las dos opciones. Normalmente sale por abrumadora mayoría la opción de la función partida. De esta manera el grupo expresa lo que quiere escuchar y la responsabilidad no recae exclusivamente en la bibliotecaria o el cuentista (este detalle es importante).

Pero hubo un segundo elemento que ayudó en todo este proceso, y fue que el cuento que elegí para contar en la segunda parte de la función (la pensada para niños mayores) era un cuento que, además de todo lo dicho, daba miedo, mucho, y que (insistía yo cuando lo explicaba) precisaba una atmósfera especial en la que hubiera mucho silencio para que yo pudiera trabajar y que, para más inri, podía hacer que los más pequeños tuvieran pesadillas. De esta manera algunas familias perezosas a la hora de marchar con sus hijos pequeños atendían mucho más a la hora de llegar a ese tramo de la función.

Una vez votadas las dos opciones (por los adultos presentes) comienzo la función. Cuento unos 30 minutos cuentos variados (cantados, rimados, contados, con y sin apoyo de ilustración, participativos…) y, una vez terminada esa primera parte dejo de contar e invito a los más pequeños a que se vayan. Recuerdo que el cuento que voy a contar va ser para niños y niñas más mayores, va a ser largo, complicado y va a dar miedo. En general muchas familias con niños pequeños se marchan (lo del miedo son palabras mayores), aunque a veces ocurre que se queda alguno (o algunos), en ese caso les informo que al empezar les daré otra oportunidad (por si les parece de demasiado miedo) por si se arrepienten y se quieren marchar, pero si no lo hacen en ese momento ya no podrán marchar hasta el final (y por supuesto los niños pequeños han de estar en absoluto silencio).

Este momento supone un pequeño alboroto, gente levantándose, marchándose, adultos preguntando a pequeños… Una vez se han terminado de ir los más pequeños suelo recolocar al público que queda (más cerca, todos algo más juntos) para propiciar una atmósfera adecuada.

Ya todos bien sentados y dispuestos, antes de ponerme a contar lo primero que percibimos es el silencio. Es un silencio maravilloso, un lienzo en el que se puede pintar un largo cuento de viva voz. Y es entonces cuando comienzo a contar.

Si se ha quedado algún pequeño al minuto de empezar doy otra oportunidad para que se marche y, en general, como suelo cargar bien las tintas en ese primer minuto insistiendo en el tema del miedo, los más pequeños acaban por irse.

Y es de esta manera como puedo contar en una función familiar un cuento para niños y niñas más mayores, un cuento que es un viaje formidable de unos cuarenta minutos, un disfrute, una historia de las que se contaban antaño y que cada vez resultan más difíciles de escuchar (por la sencilla razón de que la mezcla de públicos no lo permite).

Por lo tanto esta es mi propuesta actual: una función partida que satisfaga a todos los públicos, que me hace trabajar algo más (pues acabo contando una hora y cuarto) pero que también me permite contar a ese público que estábamos perdiendo y que encuentra, de nuevo, en las funciones familiares, un lugar para escuchar.

Ojalá todo esto que os he contado os resulte de interés y os sirva para vuestro trabajo contando cuentos.