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Antonio Rubio
Nació en El Puente del Arzobispo (Toledo), en marzo de 1953, allí pasó una infancia de canto y juego. Más tarde siguió sus estudios en Talavera de la Reina, Toledo y Madrid. Maestro de escuela en la periferia de Madrid durante 37 años (ocho de ellos en el Colegio Público Trabenco, de Leganés, escuela experimental surgida en una cooperativa de viviendas, que aunaba las propuestas educativas Freire-Freinet-Rodari-vanguardias artísticas). Los últimos tres años, hasta completar 40, trabajó en Plasencia, CEIP San Miguel Arcángel, donde reside. En casi todas las escuelas fue también bibliotecario.
Es socio de Pizpirigaña y de Acción Educativa de Madrid, movimientos de renovación pedagógica de larga tradición, y coordinó su Seminario de Literatura Infantil y Juvenil algunos años. Colabora periódicamente con Centros de Formación del Profesorado, bibliotecas y escuelas en la tarea de propiciar y divulgar el trabajo poético en las aulas.
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Poesía infantil: tradición y folklore
Somos seres poéticos porque desde el nacimiento convivimos con la poesía: nos calman el llanto con nanas, nos hacen el esquema corporal, nos nombran el entorno, hacemos volar a los insectos… con rimas. Porque desde nuestros primeros pasos y juegos en la calle, nos socializamos en corros, combas y filas, sorteamos, llamamos a la lluvia y sanamos… con rimas. Porque según crecemos tomamos el lenguaje el lenguaje como nuevo lugar de juego: trabalenguas, adivinanzas… y porque con todo este corpus rimado vamos vamos configurando un yo poético. Y somos seres poéticos porque durante el resto de nuestra vida continuamos haciendo uso del cancionero popular en fiestas, trabajos y laboreos. Y así, sin interrupción, hasta los cantos litúrgicos de nuestro postrer viaje.
