Artículo escrito para la Revista N de ANIN, Associació de Narradores i Narradors.

 

Los inicios

Por cuestiones que serían largas de contar, en 1992 se dio una peculiar coincidencia en Guadalajara que acabaría por alumbrar el Maratón de Cuentos: la directora de la Biblioteca Pública del Estado en Guadalajara, Blanca Calvo, fue también alcaldesa de la ciudad. Como gobernaba en minoría (los tres concejales de Izquierda Unida eran todo el equipo de gobierno, mientras que los diez del PSOE y los doce del PP eran la oposición) no podía aprobar nuevos presupuestos (pero sí prorrogar los del año anterior). Esta alcaldesa bibliotecaria no comprendía que en Guadalajara no se celebrara el Día del Libro ni hubiera una Feria del Libro y quiso organizar algo (sin poder presupuestar nada). Fue de esta manera cuando una tarde de conversación con dos buenas amigas suyas Eva Ortiz (bibliotecaria de Azuqueca de Henares) y Estrella Ortiz (decana de esta nueva hornada de cuentistas que iban apareciendo), surgió la idea de un Maratón de Cuentos, una Fiesta de la Palabra que costara muy poco dinero y que se sustentara en la participación de las gentes de la ciudad, los grupos de teatro, artistas, escritores, asociaciones... Para que tuviera más repercusión se preguntó al Guinness cuánto tiempo debía durar para entrar a formar parte del Libro de los Récords, y como la respuesta fue de 24 horas el primer Maratón de cuentos se propuso durar eso. En este primer Maratón se permitió leer pero, visto que era una rémora para el feliz desarrollo del mismo, en la siguiente edición esto ya no sucedió (y así continúa hasta nuestros días). [Más información sobre el origen del Maratón de los Cuentos de Guadalajara]

Al año siguiente Blanca Calvo había sido obligada a abandonar la alcaldía, aun así, y vista la repercusión del primer Maratón, José María Bris (a la sazón nuevo alcalde) y Blanca Calvo, directora de la biblioteca, vieron muy conveniente que esta popular fiesta tuviera continuación. Para ello hubo que hacer algunos cambios al respecto: en primer lugar el Maratón abandonó su emplazamiento original (la plaza del Ayuntamiento) para celebrarse en el Palacio del Infantado, lugar donde estaba ubicada la Biblioteca Pública del Estado (esta ciudad a día de hoy sigue sin tener biblioteca municipal); en segundo lugar se decidió cambiar las fechas de celebración, y pasar del 23 de abril a mediados de junio; y en tercer lugar la gestión del Maratón la llevaría la Biblioteca y el Seminario de Literatura Infantil y Juvenil (SLIJGu), una asociación sin ánimo de lucro formada por profesores y bibliotecarias que llevaba diez años trabajando sobre animación a la lectura, literatura infantil, narración oral... Estos cambios fueron fundamentales para la pervivencia del Maratón tal como lo conocemos hoy.

 

Consolidación

La segunda edición del Maratón de los Cuentos se celebró al mismo tiempo que el VIII Encuentro del Libro Infantil y Juvenil, estas jornadas organizadas por el SLIJGu atraían a profesionales del ámbito de la educación y la biblioteca y de todo el Estado (y de otros países también). Durante varios años el Maratón y el Encuentro convivieron hasta que en 1998 el primero acabó por fagocitar al segundo: era tanta la energía que requería el Maratón (que iba creciendo año a año) que acabó por devorar las jornadas. De aquella convivencia inicial quedan en los Maratones de cuentos la costumbre de habilitar espacios para la reflexión y la práctica (conferencias y talleres principalmente).

A partir de la segunda edición el Maratón fue creciendo. Inicialmente se pensó en ir aumentando una hora cada edición, pero la demanda de la gente para contar iba creciendo más rápido que el propio Maratón, por eso hubo unos años en los que el crecimiento fue imparable y, también, incontrolable. Se empezaba el sábado cada vez más pronto (algún año antes de las nueve de la mañana) y se terminaba el domingo cada vez más tarde (recuerdo un domingo infinito que a las diez de la noche no habíamos terminado). Fueron en esos años de crecimiento cuando se iban probando y realizando algunas cosas para dar cabida a todo el mundo y tratar de alcanzar un formato más controlado: en primer lugar nos atrevimos a saltar al viernes (y contar de esta manera con dos noches de cuentos, todo un reto pues la noche siempre es el momento más delicado (entre las cinco y las ocho de la mañana especialmente); y en segundo lugar se consolidaron otros espacios para la palabra dicha, otros escenarios como La chimenea de los cuentos, la Palabra viajera, los Maratones viajeros... y otras actividades como el Festival, los espectáculos de calle, etc. De esta manera el Maratón fue consolidándose con el formato que actualmente tiene (en su esencia) y ha podido incorporar otras ofertas (Ruta de los Monucuentos, Inauditos...) que se acomodan dentro de esa estructura proteica cuya armazón principal se sostiene en el escenario del Palacio del Infantado, donde los cuentos no cesan durante 46 horas. [Tienes más información sobre la historia del Maratón aquí]

El Maratón a día de hoy está bastante definido y consolidado. Es un monstruo que despierta unos días al año para darse un gran atracón de cuentos (y de cuentistas). Tras el último de ellos vuelve a recostarse para digerir y soñar todo lo engullido.

 

Para el oficio

El Maratón de los cuentos tuvo gran importancia para el renacimiento de este oficio nuestro de contar cuentos. En primer lugar, al resultar una cosa simpática, solía aparecer en medios (prensa, radio y televisión) y no era raro encontrarse por aquí con algún cámara con periodista haciendo un breve reportaje para cerrar el Telediario del final de semana. Esto fue una gran ayuda en la difusión de la buena nueva de la revitalización del contar de viva voz.

En segundo lugar sucedió también que los años en los que convivían los Encuentros con el Maratón muchos profesionales (que podrían estar interesados en contratar a cuentistas) vieron a muchos narradores y narradoras contar con estilos muy diversos: esto ayudó a crear criterios para quienes contrataban y también ayudó a que empezara a moverse el oficio porque, sencillamente, comenzaba a haber algo de trabajo. Los narradores empezaron a ser contratados en bibliotecas, escuelas, ferias del libro..., se copió incluso la idea del Maratón de Guadalajara [mira otros maratones de cuentos], bien diferente de los festivales que surgían en aquellos años, festivales en los que los narradores se podían percibir como estrellas invitadas y el formato, en muchos casos, era más teatral. El Maratón era una fiesta mucho más popular donde el cuento y la gente cohabitaban. 

En tercer lugar esta difusión hizo que el Maratón se convirtiera en un faro al que acudían narradores y narradoras de todo el territorio que estaban contando y que apenas sabían de otras personas que también contaran: el Maratón se convirtió en un punto de encuentro para todos nosotros, aquí nos conocimos y nos reconocimos, aquí supimos que éramos más de los que creíamos y que compartíamos inquietudes y problemas. De alguna manera aquí nacimos como colectivo. [Más sobre esta cuestión]

 

Luces y sombras

No todo en el Maratón es la maravilla, tiene sus luces, que son muchas, pero también tiene sus sombras. Pensemos que el cuento es algo esencialmente humano, pues lo que nos diferencia de los animales es sencillamente eso: la ficción, y el cuento es (o al menos ha sido) el plato principal del menú de ficción para los seres humanos durante miles de años. El Maratón, sin embargo, elaborado a partir de un elemento tan cercano a la dimensión humana como es el cuento, se eleva y se convierte en algo imposible de abarcar y, por tanto, más allá de la medida que al cuento le es propia. Así pues el Maratón trasciende del propio cuento para convertirse en una fiesta: en el mejor y en el peor sentido posible. En el mejor porque celebra el cuento contado y hace de ello algo festivo; y en el peor porque, como toda fiesta, también puede acabar por hacer del fin el medio y utilizar el cuento para su propia celebración, la del Maratón. Es por eso que todo lo que no sea tratar de preservar el cuento contado y habilitar espacios de oralidad para que suceda de la mejor manera posible, desde mi punto de vista, es un retroceso, una sombra; pero igualmente, todo lo que se hace a favor, es un acierto, una luz. Un ejemplo de esto que digo es el empeño por grabar y colgar en vídeo todo el Maratón de Cuentos (cosa que se hizo en 2013) y que generó un gran debate. [Aquí puedes leer sobre este asunto con más detalle]

También ocurre que el Maratón de Cuentos no es el fin de fiesta de una actividad continuada a lo largo del año en escuelas, institutos, centros de mayores, teatros, bibliotecas... a favor del cuento contado o la animación a la lectura, no, no es la celebración de la lluvia fina de la palabra dicha (que, sencillamente, no existe); el Maratón es más bien un turbión desbocado de palabras que en tres días arrasa el Palacio del Infantado y nos deja embotados de cuentos, agotados de aliento.

Dicho todo esto no dejemos de fijarnos en las luces: el Maratón de los Cuentos de Guadalajara sigue siendo hoy en día un referente para quienes disfrutan de los cuentos contados, para quienes viven de contarlos, para quienes pasean por sus palabras y miran desde sus rincones. El Maratón de los Cuentos se ha convertido en una gran fiesta popular de gran parte de la ciudadanía de Guadalajara y de muchos otros lugares. El Maratón de Cuentos de Guadalajara sigue siendo un faro que nos acerca y también un faro desde el que se propaga la buena salud de este oficio nuestro de la palabra dicha. Una fiesta alrededor del cuento que llega a lugares muy lejanos y que, en su llamarada brutal de tres días, ilumina y nos recuerda que el cuento contado sigue vivo y en esos días celebra su fiesta mayor. 

 

 

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